Inicio Actualidad Manuel Belgrano, el prócer que murió pobre y olvidado

Manuel Belgrano, el prócer que murió pobre y olvidado

Entre los muchos e interesantes sucesos que tuvieron lugar en Buenos Aires en 1793, figura la creación del Consulado, una especie de Secretaría de Comercio que el gobierno virreinal encomendó a Manuel Belgrano, un joven de 23 años, hijo de un comerciante italiano, que acababa de recibirse de doctor en Leyes en España.
Ese mismo joven que proyectaba importantes cambios en la economía virreinal debió poco después, asumir de modo inesperado la acción militar en la Reconquista y Defensa de la ciudad capital del Virreinato cuando fuera invadida por las fuerzas británicas. Es decir que escaso tiempo tuvo para dedicarse a las funciones de secretario de Comercio aunque en su corta gestión, el Consulado hizo mucho para fomentar el comercio combatiendo el monopolio y fomentar la agricultura en una época pastoril, sostenido por las nuevas ideas que en materia económica aprendió en la Europa revolucionaria donde había estudiado y donde se empapó de las ideas fisiócratas de François Quesnay y Robert Turgot que afirmaba la existencia de una ley natural por la cual el buen funcionamiento del sistema económico estaría asegurado sin la intervención del estado. Su doctrina quedó resumida en la expresión laissez faire.
Sin embargo, las invasiones inglesas torcieron su destino de funcionario. Poco después, Belgrano participó activamente en la Semana de Mayo e integró como vocal el primer gobierno patrio. Pero otra vez, inesperadamente debió calzarse el uniforme y comandar una expedición para convencer a los vecinos paraguayos de que debían plegarse a la revolución porteña.
Aquella expedición fue un fracaso desde el punto de vista militar, lo que confirma que aún debía acumular experiencia en tácticas y estrategias. Sin embargo, los resultados definitivos fueron satisfactorios: Asunción no se sumó, pero tampoco presentó la oposición tenaz a la Junta porteña como lo hacía Montevideo.
A partir de la aventura del Paraguay se puso en marcha la cuenta regresiva: los últimos diez años, gloriosos, de su vida.
EL EPISODIO MÁS CÉLEBRE DE SU EXISTENCIA
El gran episodio de su vida como patriota tendría lugar en Rosario, a orillas del río Paraná donde se encontraba alistando la defensa contra las incursiones navales de los realistas. Belgrano armó dos baterías que debían cañonear a cualquier barco enemigo que osara cruzar por allí. Por aquel tiempo, las Provincias Unidas del Río de la Plata aún no habían declarado su independencia de España. Por lo tanto, los dos bandos pertenecían al Reino de España y utilizaban las mismas insignias. En un acto de gran osadía para el momento político, Belgrano solicitó autorización para que la tropa utilizara una escarapela diferente a la de las tropas realistas. El Primer Triunvirato aprobó la solicitud y pocos días después, el 27 de febrero de 1812, despachó un nuevo comunicado al gobierno central, en el que informaba que había mandado enarbolar una bandera con los colores de la escarapela en la batería que bautizó “Independencia”.
LA GLORIA Y EL OCASO
Luego llegaron momentos de sacrificio como el Éxodo Jujeño, pero también de gloria como los triunfos decisivos en la batalla de Tucumán y Salta . Fue entonces que Belgrano alcanzó el mayor índice de popularidad de su vida. Como reconocimiento por esta victoria se le concedió un premio de 40.000 pesos en terrenos fiscales que le hubiera permitido a él y a sus descendientes vivir sin mayores apremios económicos. Pero Belgrano pidió a cambio que se dotaran cuatro escuelas en Jujuy, Santiago del Estero, Tucumán y Tarija (hoy Bolivia). Además, propició la creación de escuelas industriales y fue uno de los primeros en sostener que había que brindar una educación más completa a las mujeres.
El ocaso militar de Belgrano comenzó con los reveses de Vilcapugio y Ayohuma en 1813 Entregó la comandancia del ejército a José de San Martín y terminó arrestado en Luján, mientras en Buenos Aires lo juzgaban por esas derrotas. Fue absuelto. Viajó a Londres con Bernardino Rivadavia en misión diplomática, regresó en 1816 y pretendió transmitir su entusiasmo por el sistema monárquico a los diputados reunidos en Tucumán. Fracasó en el intento. Reasumió el mando del diezmado ejército del Alto Perú que ya ocupaba un lugar secundario, frente al despliegue del sanmartiniano de los Andes.
Llegó a Buenos Aires a comienzos de junio de 1820, muy enfermo, muy dolorido y muy olvidado. Cargando con la sífilis de su juventud, una cirrosis torturante y un cáncer hepático. El general Belgrano murió el 20 de junio a las siete de la mañana. Ese día los porteños estaban enfrascados en cuestiones políticas: se alternaron tres gobiernos en aquel anárquico día de renuncias y asunciones.
Al funeral asistieron su familia y un par de amigos, entre ellos el doctor Joseph Redhead, a quien Belgrano le legó su reloj porque no tenía dinero para pagarle los honorarios. Ante la imposibilidad de pagar una lápida, uno de sus hermanos cedió el mármol de una cómoda.

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