Por Sergio D. Robles (*)
Del conjunto de edificios emblemáticos de la ciudad de Zárate, existe uno que se destaca por sus características arquitectónicas y paisajísticas singulares, por su antigüedad y por las historias de quienes lo habitaron y visitaron. Se trata de la Quinta “La Jovita” ubicada sobre la calle Ituzaingó 278 próxima a las barrancas. Esta antigua residencia que perteneció a los esposos Manuel José de la Torre y Jovita Godoy fue construida hacia el último tercio del siglo XIX. La habitaron tres generaciones de la misma familia a lo largo de un siglo y tras un período de abandono, las autoridades municipales bajo la intendencia del Dr. Arrighi, lograron su donación al municipio para convertirla en la sede del museo de la ciudad. Luego de una primera etapa de restauración, en 1996, abrió sus puertas a la comunidad para cumplir con su nuevo destino.
Por la importancia que reviste para la historia local y regional el sitio fue declarado Monumento Histórico de la Provincia de Buenos Aires en 1999.
Como museo histórico preserva y difunde trazos del pasado local y nacional a través de las muestras permanentes y temporarias, de talleres de historia y publicaciones.
Pero, qué nos dice este edificio que atrae la atención hasta al más desprevenido, al presentarse como un espacio disruptivo en el casco de la ciudad. A cierta distancia vemos una casona envuelta en un follaje predominantemente verde, cercado por unas extensas tapias que recorren la unión de las calles Ituzaingó y Adolfo Alsina, llamativamente inclinadas por el tiempo. Pero, una vez que traspasamos el portal de acceso, se nos presenta “La Jovita” en sus detalles. La casa principal presenta en su fachada una loggia enmarcada con columnatas al estilo de las villas italianas y hacia su interior los distintos espacios que fueron sala, comedor y dormitorios y hoy recrean parte de la historia familiar con la historia de la ciudad y de sus vecinos.
Desde el salón comedor una puerta posterior nos invita a recorrer el Patio de las Glicinas, de reminiscencias neocoloniales, con baldosas rojas, cercado por muros laterales y las construcciones de servicio: la cocina original, el baño externo y el pozo de agua que actualmente se halla seco.
Allí, en ese espacio tan particular es donde se realizan los encuentros musicales y demás actividades culturales que programa el museo. Traspasando una puerta de rejas de dos hojas, se halla la centenaria glicina que, a pesar del tiempo transcurrido, sigue prodigando sus flores perfumadas en cada primavera. Según cuentan, a ella se abrazó Borges en su visita en 1968. Fuera de ese sector se encuentran los jardines laterales, espacios que se prodigan para ser recorridos por los visitantes, con sus especies nativas y exóticas y con su araucaria herida por la acción de un rayo hace más de medio siglo.
He aquí, La Jovita, orgullo y patrimonio de los zarateños, un lugar que invita a ser conocido, a ser querido y a sentirlo con la fuerza de lo propio.
(*) Director del museo histórico municipal Quinta Jovita